
Es cuando me siento en mi sofá naranja y pongo los pies en alto. Dejo la taza de café en el suelo, respiro y ahí está ella mirándome. Lleva un turbante de un azul tan intenso que se mezcla con el color de su piel y la hace prácticamente brillante. Y bajas por su nariz y no puedes dejar de mirar la perla que cuelga de su oreja.
Te mira y te dice que sí, que el día de hoy ha valido la pena, que todo tiene un porqué. Dicen que la pintura holandesa habla. La serenidad con la que posa te transmite una paz que te hace recostar y pensar en Vermeer y en ella y en lo que debió ser aquello. La luz que transmite, la sonoridad y esa caída de hombros como diciendo: Sí, estoy aquí.
Hay momentos entre personas que no se pueden explicar. Momentos que pasan y que van perdiendo intensidad pero que siguen ahí. Me imagino cuando él le pide que pose.
Una paleta llena de amarillos y blancos. La luz.
Mágico silencio. Instante de complicidad. Tan sólo para ellos.
Algunos cuentan que simplemente se trata del retrato de una joven que iba a casarse pero yo no me lo creo.
A veces pasa que la realidad no nos gusta lo suficiente y la cambiamos.
Buen fin de semana a todos...