domingo, 29 de marzo de 2009

Azul

Había perdido el tren y entró corriendo en aquella cafetería de la esquina. Llovía y le costó cerrar el paraguas antes de entrar.
Buscó un sitio y se derrumbó en la silla.
Una mesa de mármol fría llena de tazas amontonadas y restos de bollos. Los apartó con cuidado y apoyó su bolso.
Un extraño vaho mezcla de humo y sudor manchaba el cristal. Ella dibujó un circulo en la ventana para ver el exterior.
Se colocó bien el pelo y resopló.
Desde la barra un muchacho con cara de sueño le medio gritó que iba a tomar. Ella intentó ser amable.
Al dejarle el café solo encima de la mesa la limpió con una balleta y casi le tira encima algunas de las tazas. La tele estaba tan alta que prácticamente no pudo oírse su gracias.
Respiró y pensó que estaba cansada de que apareciera de vez en cuando y todo volviera a ser como antes. Estaba cansada de volver a sentir su olor en el albornoz y de que tuviera que perder el tren porque no podía despegarse de sus caderas. Aburrida de esa llamada cada tres o cuatro días o quizás dos semanas para verla. Era entonces cuando el mundo se paraba y su cerebro también.
Buscó unas monedas en su bolso verde. Sacó las llaves, la agenda, el contrato de alquiler, un dentífrico, y un poco de cacao. Se medio miró en el cristal. Se colocó el pelo por detrás de las orejas y fue a pagar.
- Ya está guapa.
- El chico de azul dijo que olía usted bien y pagó
Ella miró hacia la puerta. Le vio la espalda mientras subía al tren.
Allí en el andén pensaba que quizás hay que dejar espacio para que nuevas sensaciones nos invadan el corazón. No dejar pasar trenes mientras nos entretenemos con servilletas de papel.
Se colocó los cascos y sonrió.
Sonaba Marlango.

1 comentario:

Eve dijo...

Creo en tu color azul, pero como tu prota, no quiero dejar pasar ningún tren